ESCRITO POR: LINA ALEJANDRA URIBE
AGOSTO 7 DE 2009
Son las 11 de la noche y está haciendo un calor infernal. Últimamente le he estado dedicando mucho tiempo a este viejo computador, tal vez ha sido mi único amigo después de la muerte de Alberto, mi gran compañero de infancia. Mataron a “Beto”, ¿quién iba a creerlo? Todavía se me aguan los ojos al recordar el motivo del asesinato. Alberto iba para su casa en la bicicleta roja cuando de repente se le aparecieron dos hijos de puta, armados con cuchillo y le ordenaron con un grito que se bajara de la “burra” y entregara la plata; mi amigo, como buen colombiano, se las dio de valiente y por eso ahora sólo es un simple recuerdo. La única foto que nos tomamos juntos la tengo puesta en el espejo del baño y cada vez que la miro le hablo como si en realidad “Betico” estuviera ahí en frente mío. No quiero vivir más pero me parecería estúpido quitarme la vida. Todas las noches trato de comunicarme con la muerte y pedirle que venga rápido por mí que no quiero robarles más el aire a las personas que lo necesitan.
Hoy vi pasar a Cristina, la única mujer de la cual he estado enamorado. Siempre he sido muy escéptico para ese tipo de cosas pero acepto que algún día llegué a pensar que había encontrado el amor. Al final pasó lo de siempre, ella me dejó por otro tipo supuestamente más valioso… ¡qué va! Ese otro lo que tenía era más plata y ya. No tengo nada que hacer, me iba a acostar pero la cama me hizo una cara horrible; ya hasta ella me desprecia. No hay nadie en mi casa, o por lo menos no que yo sepa, puede que en el último cuarto esté la señora que se hace llamar mi madre, la verdad hace como una semana no la veo y no me hace ni un poquito de falta.
Es muy tarde, el alba se acerca y yo llevo horas y horas mirando esta pantalla. Para lo único que quiero que amanezca es para ir al parque y fumarme un “porrito” y luego ponerle conversa a las ardillas porque guardo la esperanza de que algún día me respondan, tal vez a ellas el sol no les ha rostizado la mente como a todos los seres humanos, incluyéndome. Me hierve la sangre por el simple hecho de pensar que en este mismo instante hay muchos colombianos que están muriendo de hambre mientras el presidente Uribe, por ejemplo, apoya su cabeza en una costosísima almohada de plumas de ganso, la cual le permite soñar con la “seguridad democrática” y crear estrategias para que este país se termine de pudrir; que muchas familias viven alrededor de un río sobre cartones extendidos mientras Cristiano Ronaldo está haciendo barquitos de billetes porque no sabe qué hacer con el 1.ooo.ooo de euros que recibe mensualmente, y para no irnos tan lejos, que muchos secuestrados están siendo torturados en este preciso momento mientras yo me quejo porque hace mucho calor en mi habitación.
No voy a negar que un día soñé con la consecución de un mundo mejor, pero hoy considero basura esas creencias utópicas; la única alternativa es empeorar, si logramos quedarnos como ahora sería un milagro. El hecho de que Estados Unidos nos brinde su “gran ayuda” haciéndonos enormes préstamos a diario no quiere decir que haya alguna posibilidad de salir de esta crisis, al contrario, el incremento de la deuda externa nos hundirá cada día más en las tumbas del olvido.
Esta mañana un señor en la calle me detuvo y empezó a hablarme de Dios. Lo interrumpí de inmediato y le dije que yo no concebía el hecho de encomendar la vida a un ser que, si es que existía, se había mostrado indiferente ante todos los sufrimientos humanos; que no le importaba ver cómo “sus hijos” se mataban entre ellos, se destruían cada día más. El predicador agachó la cabeza y siguió su camino, tal vez se dio cuenta de que perdería su tiempo si trataba de persuadirme con su discurso barato. Cuando lo vi alejarse le grité una frase que me ha acompañado desde hace algunos años: “No creo en las personas, no creo en la vida, no creo en el destino, no creo en mí y no creo en Dios”. El hombre aceleró el paso y volteó la esquina. Lo sucedido siguió dando vueltas en mi cabeza por un largo rato; pensé en todas las personas que botan su dinero en la máxima representación de las entidades capitalistas: las iglesias, que lavan el cerebro de sus seguidores convirtiéndolos en simples becerros tras una palabra colmada de falacias.
Me volví a acordar de Alberto; a veces hasta lo envidio porque allá en la otra vida no tiene que seguir aguantando la estupidez humana. Espero estar pronto junto a él, mi existencia en la tierra no tiene sentido. Actúo por inercia, ya se me ha consumido el cerebro. ¡Quiero irme! pero mientras a la muerte se le da la gana de llevarme seguiré viviendo en este mundo, como diría Benedetti, de consumo y humo, de rutina y ruina, pero sobre todo, de paciencia y asco.
Son las cuatro de la mañana y sigue haciendo un calor infernal.
Hoy vi pasar a Cristina, la única mujer de la cual he estado enamorado. Siempre he sido muy escéptico para ese tipo de cosas pero acepto que algún día llegué a pensar que había encontrado el amor. Al final pasó lo de siempre, ella me dejó por otro tipo supuestamente más valioso… ¡qué va! Ese otro lo que tenía era más plata y ya. No tengo nada que hacer, me iba a acostar pero la cama me hizo una cara horrible; ya hasta ella me desprecia. No hay nadie en mi casa, o por lo menos no que yo sepa, puede que en el último cuarto esté la señora que se hace llamar mi madre, la verdad hace como una semana no la veo y no me hace ni un poquito de falta.
Es muy tarde, el alba se acerca y yo llevo horas y horas mirando esta pantalla. Para lo único que quiero que amanezca es para ir al parque y fumarme un “porrito” y luego ponerle conversa a las ardillas porque guardo la esperanza de que algún día me respondan, tal vez a ellas el sol no les ha rostizado la mente como a todos los seres humanos, incluyéndome. Me hierve la sangre por el simple hecho de pensar que en este mismo instante hay muchos colombianos que están muriendo de hambre mientras el presidente Uribe, por ejemplo, apoya su cabeza en una costosísima almohada de plumas de ganso, la cual le permite soñar con la “seguridad democrática” y crear estrategias para que este país se termine de pudrir; que muchas familias viven alrededor de un río sobre cartones extendidos mientras Cristiano Ronaldo está haciendo barquitos de billetes porque no sabe qué hacer con el 1.ooo.ooo de euros que recibe mensualmente, y para no irnos tan lejos, que muchos secuestrados están siendo torturados en este preciso momento mientras yo me quejo porque hace mucho calor en mi habitación.
No voy a negar que un día soñé con la consecución de un mundo mejor, pero hoy considero basura esas creencias utópicas; la única alternativa es empeorar, si logramos quedarnos como ahora sería un milagro. El hecho de que Estados Unidos nos brinde su “gran ayuda” haciéndonos enormes préstamos a diario no quiere decir que haya alguna posibilidad de salir de esta crisis, al contrario, el incremento de la deuda externa nos hundirá cada día más en las tumbas del olvido.
Esta mañana un señor en la calle me detuvo y empezó a hablarme de Dios. Lo interrumpí de inmediato y le dije que yo no concebía el hecho de encomendar la vida a un ser que, si es que existía, se había mostrado indiferente ante todos los sufrimientos humanos; que no le importaba ver cómo “sus hijos” se mataban entre ellos, se destruían cada día más. El predicador agachó la cabeza y siguió su camino, tal vez se dio cuenta de que perdería su tiempo si trataba de persuadirme con su discurso barato. Cuando lo vi alejarse le grité una frase que me ha acompañado desde hace algunos años: “No creo en las personas, no creo en la vida, no creo en el destino, no creo en mí y no creo en Dios”. El hombre aceleró el paso y volteó la esquina. Lo sucedido siguió dando vueltas en mi cabeza por un largo rato; pensé en todas las personas que botan su dinero en la máxima representación de las entidades capitalistas: las iglesias, que lavan el cerebro de sus seguidores convirtiéndolos en simples becerros tras una palabra colmada de falacias.
Me volví a acordar de Alberto; a veces hasta lo envidio porque allá en la otra vida no tiene que seguir aguantando la estupidez humana. Espero estar pronto junto a él, mi existencia en la tierra no tiene sentido. Actúo por inercia, ya se me ha consumido el cerebro. ¡Quiero irme! pero mientras a la muerte se le da la gana de llevarme seguiré viviendo en este mundo, como diría Benedetti, de consumo y humo, de rutina y ruina, pero sobre todo, de paciencia y asco.
Son las cuatro de la mañana y sigue haciendo un calor infernal.
Buenísimo el blog... visita www.lagomaonline.com
ResponderEliminarMUY BUENO LINA!!
ResponderEliminarDESPUES TE MANDO MI BLOG PARA KE LO VISITES IGUAL OK. BESOS Y EXITOS ESCRITORA
Como en el relato anterior, pienso que hay que trabajar unos puntos de giro para que el lector no se vaya
ResponderEliminarMe parece un cuento muy afortunado. Resulta interesante la manera como conjugas el flashback del inicio, con el el hilo narrativo y con los monólogos y reflexiones del narrador; que en este caso sería intradiegético y protagonista. Tienes algunas pizcas fortuitas de sátira, con las que te recomiendo tener algo de cuidado. El lenguaje coloquial está muy bien trabajado y es muy acorde con la contextualización de la historia. Es de los mejores textos que he leído de ti. Es indudable que cada día escribes con más personalidad. El estilo lo encontrarás dentro de unos veinte años...
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