Creo que la mejor manera de iniciar mi reflexión sobre el texto es contar los problemas a los que me veo enfrentada cuando escribo y que ahora puedo identificar con más claridad gracias a Carlino. Uno de los más frecuentes es, creo, el primero: no imaginar a mis lectores y limitarme solamente a reflejar mis pensamientos en los textos. Antes, en los inicios de mi escritura, o en el “génesis”, como diría Carlino, pensaba que escribir era algo tan personal que los lectores debían esforzarse para descifrar las ideas que yo quería transmitir. Por eso, cuando escribía nunca pensaba mis lectores ni en la intención del texto sino simplemente en exponer mis ideas de una manera sistematizada y que yo, sólo yo, pudiera entender en cualquier momento. Con el paso del tiempo y todos mis tropiezos he ido aprendiendo a pensar siempre en mis lectores antes de escribir, a fin de cuentas para ellos es que lo hago.
Siguiendo por la línea de los problemas que identificó Carlino, creo que el segundo es muy acertado y he podido verlo por montones en el campo en el que me desenvuelvo. La autora del texto lo denomina “Desaprovechar la potencialidad epistémica del escribir”, pero yo lo llamaría “miedo a indagar y transformar los conocimientos existentes”. No puedo negar que he sido víctima, y aún lo soy en muchas ocasiones, de ese miedo que produce pensar en la posibilidad de indagar en los temas y tratar de producir y transformar el conocimiento cuando lo más fácil es escribir un texto coherente con lo que ya sabemos y manejamos “a la perfección”. Es un autoengaño muy frecuente, pues aunque puede dar buenos resultados en algunas ocasiones, no nos permite avanzar y expandir nuestros campos de saber.
El tercer problema que expone Carlino es, para mí, el más común en todas las áreas y grados de conocimiento. Existe una tendencia entre los escritores “inexpertos” que consiste en que consideramos el primer borrador de un texto como la versión final, sujeta sólo a cambios superfluos referentes, casi siempre, a la ortografía. Este miedo a cambiar la forma como formulamos una idea, los argumentos que usamos para respaldarla, la jerarquización de las mismas, entre otros, es lo que hace que, al final, nuestros “textos finales” sean vistos por los lectores como lo que son en realidad: primeros borradores.
Afortunadamente, el cuarto problema no lo he experimentado tanto como los tres primeros. Muchas veces creemos que lo mejor que podemos hacer antes de escribir un texto es consultar toda la bibliografía posible para así tener más material a la hora de sentarnos a redactar. El problema es, como lo expone Carlino, que la bibliografía consultada es tanta y le damos tan poco tratamiento crítico que, al final, nuestros textos son la transcripción de los pensamientos de varios autores. Esto sumado a que no pensamos en los lectores, no transformamos nuestros conocimientos y, en la etapa de revisión, hacemos sólo correcciones superficiales, es lo que hace que los textos que escribimos no sean de la calidad que, se supone, debería tener una persona próxima a ser profesional o incluso una que ya lo es.
Después de relacionar los cuatro problemas que expone el texto con lo que me sucede a diario en mi vida académica, me encuentro aún más de acuerdo con tesis que desarrolla Carlino en su texto, que radica principalmente en que es necesario crear modelos sobre la producción escrita que tengan en cuenta el contexto y permitan diseñar prácticas pedagógicas, que además ayuden realmente a que los escritores “inexpertos” no cometan siempre las mismas fallas.
La mayoría de estos problemas, por no decir que todos, se puede atenuar con la implementación de la enseñanza de las etapas de la escritura. Por ejemplo, para evitar el primer problema, el escritor, en la etapa de planeación, puede hacerse varias preguntas acerca de sus futuros lectores y tener en cuenta estos aspectos a la hora de escribir. El segundo problema también se puede evitar en esta primera etapa con herramientas como la lluvia de ideas o la escritura automática, que nos permiten ver con qué conocimientos contamos y en cuáles necesitamos profundizar para que nuestro texto quede más complejo.
El tercer problema lo podemos corregir en la etapa de revisión. Lo importante es que abandonemos el miedo a hacerle cambios radicales a nuestro texto “terminado”. Es probable que después de habernos alejado un poco del texto tengamos nuevas y brillantes ideas que podrían aportarle mucho. Por último, el cuarto problema puede ser disminuido si, al mismo tiempo que vamos consultando la bibliografía, la sistematizamos en esquemas, identificamos sus ideas principales y secundarias y la relacionamos con la intención que tendrá nuestro texto. Así, éste último no será la transcripción de pensamientos de otra persona sino una composición del escritor.
No puedo terminar este escrito sin mencionar algo que me llamó mucho la atención del texto trabajado: la autora, que en un principio narra el problema, luego expone las cuatro dificultades y después hace algunas relaciones, cuenta, al final, las dificultades por las que ella atravesó antes de terminar completamente su escrito. De esta manera, nos muestra que ni ella misma está exenta de las dificultades que expone y que absolutamente todos los textos son un proceso, no el resultado de un “momento fortuito y efímero de iluminación”.
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